El pasado 12 de marzo se terminaron las clases presenciales de este curso. Hoy, un mes después, permanecemos en nuestras casas confinados y la docencia se ha trasladado a un sistema no presencial que nos acompañará hasta la finalización del curso.
En los últimos años participé en varios trabajos de investigación sobre el aula como espacio de aprendizaje. En ellos, analizábamos las múltiples relaciones entre las metodologías docentes y las estancias donde tenían lugar, reflexionando de manera colectiva sobre las distintas salas que usamos cotidianamente para dar clase y que ahora, de la noche a la mañana, hemos dejado de utilizar, de pensar y de sentir.
También reconocíamos el valor excepcional de lo que sucedía fuera del aula, de la capacidad de descubrir y despertar al aprendizaje al movernos al exterior, de los viajes inesperados y de las visitas guiadas, que tanto valoramos en nuestra formación y que, lamentablemente, este curso no llegamos a realizar.
Lo imprevisto se ha vuelto ahora nuestra obligada realidad cotidiana. Fuera del aula y dentro de casa he vuelto a pensar en la importancia de estar entre paredes: para aprender y para protegernos. Pero no es posible leer esas dos situaciones en continuidad inmediata. Varias personas ya lo han advertido estos días: no podemos actuar como si lo extraordinario fuera lo habitual, sin abrir ventanas hacia la dramática realidad inmediata, como si solamente vernos —a veces tan solo escucharnos o leernos— a través de un dispositivo electrónico pudiera reemplazar a la grandeza y utilidad de una clase en todas sus dimensiones y relaciones: formales, sociales y académicas.
Curiosamente, una de las últimas personas que pude conocer en una clase presencial antes del confinamiento fue al profesor Fernando Trujillo, de la Universidad de Granada. Entre las abundantes notas que tomé durante su seminario, me encontré con una remarcada: «Si la universidad no toma el control de su futuro, otros lo harán por ella». Lo insólito e imprevisto de la situación actual me ha llevado de nuevo a buscar esa sentencia, al recordar la inevitable «naturalidad» con la que hemos pasado a la teleformación universitaria.
Estos días he seguido leyendo atentamente las oportunas y precisas reflexiones de Fernando. Junto a ellas, ha habido otras voces que valoraron la implicación y el esfuerzo de docentes y alumnado, y nos recordaron las dificultades y las indeterminaciones que juntos intentaremos vencer. «Separados, pero no solos», como recordaba el New York Times el pasado 26 de marzo, en este nuevo modo de aprender fuera del aula.
Fotografía: Daniel Chekalov