Biblioteca Joanina
Para alcanzar la Biblioteca Joanina hay que ascender hasta lo más alto de la ciudad. Allí, en el lugar de poder disputado en el medievo por la nobleza y el clero, se quiso asentar también «la sede que Augusta Coimbra ha dado a los libros, para que la biblioteca la corone». Recordándonos el esfuerzo que supone alcanzar el conocimiento, calles estrechas y escaleras eternas conducen a su encuentro en la Alta Universitária, como reservando su acceso, al igual que sucedía con la biblioteca de El nombre de la rosa. Pero aquí no son solo monjes privilegiados los que revisan los libros, si no un flujo permanente de turistas en un espacio que ahora forma parte de la Biblioteca Geral da Universidade de Coímbra.
La biblioteca es un gran cofre, un volumen prismático de pesados muros, situado perpendicular a la capilla inmediata y asentado en la ladera, en un extremo del patio de la Facultad de Derecho. En la visita se llega desde abajo, en un nuevo ascenso, ya interior. Resulta curioso —y significativo— que la prisión académica se situara bajo la biblioteca, justo donde comenzamos nuestro recorrido, para atravesar después la planta intermedia, destinada a depósito de libros. Estudiantes y libros encarcelados, aguardando obtener su lugar en la Universidad.
Desde un pequeño paso lateral alcanzamos la planta noble: el gran espacio dividido en tres salas repletas de libros, y presididas por figuras femeninas alegóricas que nos observan desde el cielo: la Bibliotecae Imago —la sabiduría encarnada en la propia biblioteca—, la Universidad —la búsqueda del conocimiento— y la Enciclopedia —la reunión de las distintas disciplinas de la ciencia y la cultura—. En ellas se expresa la idea de la biblioteca como el templo del saber, como fundamento para llegar a nuevos horizontes de conocimiento gracias al cobijo de la institución universitaria.
Siempre que me encuentro en una biblioteca monumental como esta tengo una doble sensación: primero uno se vuelve pequeño, abrumado e impresionado por la grandiosidad de la arquitectura y por el número de volúmenes almacenados. Después, me fijo en cómo todos ellos están accesibles, dispuestos para ser consultados, y pienso que esa doble cualidad es la razón de ser de una biblioteca: contener un universo en sí misma, y ofrecérselo a quien desee explorarlo.
La visita terminó devolviéndonos al exterior por la puerta principal. Acceder por la que hubiera sido la entrada lógica, reservada solo a personalidades y eventos especiales, nos hubiese privado de la secuencia espacial que permite entender la biblioteca en conjunto. Además la inscripción de la puerta nos da una última advertencia sobre su poderosa misión: «Lusiadae, hanc vobis Sapientia condidit arcem: ductores libri; miles et arma labor». Algo así como «Lusos, la Sabiduría os ha dado esta fortaleza; por capitanes [tenéis] los libros, por soldados y armas el trabajo».