Como cada inicio de curso, los días previos al comienzo de las clases se llenan de tareas de organización y preparación de materiales: calendarios, presentaciones, páginas web... mientras que se verifica que todas las herramientas están actualizadas y listas para su funcionamiento. Resulta difícil encontrar un momento para descubrir la chispa inicial que sirva para encender las ganas por aprender, por sorprender, por emocionar, cuando quizá eso debería ser lo más importante.

Llevo varios años, —creo que desde mis inicios como profesor universitario—, impartiendo asignaturas de primer curso. Siempre me ha parecido una tarea muy estimulante y enriquecedora acompañar en los primeros pasos de la carrera. El curso inicial está lleno de dudas, y poder convertir esas dudas en un motivo para seguir adelante, en un laboratorio donde poder experimentar y crecer, ha sido una preocupación constante y una exigencia fundamental, aunque esa no esté entre las rutinas mencionadas anteriormente.

Porque cada nuevo curso es un escenario distinto, un lugar donde se dan unas condiciones prefijadas: aulas, horarios, plan de estudios... pero donde la capacidad de transformación, de adaptación y de revisión de todo lo realizado previamente debe estar al orden del día. Y mucho más en el primer contacto que se produce con los estudios, que probablemente nos esté sirviendo también como primer contacto con la vida profesional posterior en la que nos vamos adentrando.

Precisamente, en una de las lecturas casuales de estos días, me encontré con que Juan Gómez-Jurado hablaba del disfrute de la ignorancia. Y, aunque pueda parecer lo más lejano a un método pedagógico defender la ignorancia al adentrarse en una dinámica académica, pienso que ese disfrute debería servir de norma esencial en el laboratorio en el que vamos a trabajar todos juntos. Y suscribo las palabras con las que Gómez-Jurado termina el artículo:

«Yo he encontrado dentro de mí una hermosa revelación. La alegría de la ignorancia. Cuanto más ignorante me descubro en muchos temas -incluso en aquellos, pocos, en los que soy un experto-, más feliz, más liberado me siento. Cuando descubres que no tienes que tener una opinión inmediata y categórica sobre todo, y mucho menos la obligación de expresarla, la vida se convierte en un maravilloso disfrute, que espero que empiecen a compartir pronto muchos compañeros y compañeras.»
Fotografía: Kelly Sikkema