Llego a una cita en Compostela con algo de antelación, lo que me permite dedicar un tiempo a pasear por el casco histórico, aprovechando que el sol ya ha conquistado las primeras horas de la mañana. Decido recorrer el trazado que hubiese tenido la calle proyectada por Antonio Palacios entre 1932 y 1935, desde San Clemente a la plaza del Obradoiro. 

Intento, mentalmente, construir el perfil de la vía propuesta. Ver cómo integraría las diferencias de cotas desde Porta Faxeira al Pazo de Raxoi y qué hubiese conservado y destruido del antiguo caserío y las rúas medievales, utilizando como referencia un plano turístico en una valla publicitaria. La calle se llena de vida con la gente que entra y sale de la comisaría y de la oficina de correos, y varias veces debo apartarme por las furgonetas que realizan las labores de carga y descarga en su horario habitual.

Antes de alcanzar la catedral decido refugiarme en el Jardín de Fonseca, uno de los espacios verdes que Palacios hubiese integrado en su «Calle Galicia». Allí, la arquitectura vegetal se vuelve protagonista, compitiendo con las torres pétreas, especialmente el gran ginkgo biloba que tiñe de amarillo la escena. Este longevo ejemplar, que perdió a su compañera hace unos años, es de los pocos supervivientes del Jardín Botánico de la Universidad que hubo en ese lugar, con más de mil especies diferentes.

Ahora son miles de palabras grabadas en granito las que habitan el «Xardín das pedras que falan», una iniciativa del escritor Suso de Toro dirigida por el poeta Claudio Rodríguez Fer y diseñada por Pepe Barro y Olivia Fernández. Partiendo de un verso de Rosalía de Castro, fragmentos literarios en varias lenguas van conformando una espiral infinita... «Le long de la ligne de cœur un gisement d’infini» (Zéno Bianu).

Antes de abandonar el jardín, me detengo a observar el dintel de la puerta de acceso. Allí aparece escrito: «Se proyectó e hizo este jardín en el Rectorado del Sr. Dr. D. Juan José Viñas». «Se proyectó» aparece en cursiva, porque es diferente del «hizo». Podrían haber indicado solo una de las acciones, pero quisieron recordar las dos a quien visite el lugar, porque ambas son valiosas y necesarias: el pensar y el materializar, el proponer y el concluir, el proyectar y el hacer.