La reforma en la legislación farmacéutica que está preparando la Comisión Europea —escucho en uno de los informativos que emiten por televisión al mediodía— podría implicar la desaparición de los prospectos de los medicamentos y su sustitución por códigos que tendríamos que leer desde nuestros teléfonos. La medida supondría un notable ahorro de papel y la posibilidad de que la información que se le suministre al paciente esté siempre actualizada, pero tendría el inconveniente de los medios y el conocimiento necesario para poder acceder a esa información, especialmente en países con un importante porcentaje de la población envejecida.
A continuación, entrevistan a varias personas a pie de calle. Algunas —de edades muy diferentes— explican que, normalmente, no leen el prospecto, pues ya saben como deben tomar la medicación, y solo lo hacen en casos de problemas u omisiones con las tomas. Otras dicen que lo que hacen habitualmente es tirarlo, por lo que su desaparición no conllevaría una gran pérdida. Finalmente, un joven argumenta que ya dispone de esa información en internet, y allí acudiría en caso de necesidad. Añade algo más que, por lo sorprendente que me parece, me queda grabado: dice que nunca ha impreso un billete en su vida.
Billetes de tren, tarjetas de embarque, entradas a espectáculos... pienso en todos esos trozos de papel que, antes de los prospectos, han ido desapareciendo de nuestras manos, sustituidos por distintos códigos que nosotros ya no leemos. Recuerdo entonces la cita con la que comienza el libro La información. Historia y realidad, de James Gleick, tomada de la novela Dientes blancos de Zadie Smith: «En cualquier caso, aquellos billetes, los viejos, no te decían hacia dónde te dirigías, y mucho menos desde dónde venías. Tampoco recordaba haber visto en ellos fecha alguna, y, por supuesto no se indicaba ninguna hora. Ni que decir tiene que ahora todo es distinto. Toda esta información. Y Archie se preguntaba por qué esto es así».
Gleick añade una segunda cita bajo la anterior: «Lo que llamamos pasado está construido por retazos», de John Archibald Wheeler, más sugerente en su idioma original: «What we call the past is built on bits», pues, cada vez, nuestra historia se construye con menos restos de papel y más dígitos binarios. Tanto lo que escribo en estas notas como lo que explica lo que compramos en la farmacia.