Una Escuela en la Historia
«Una idea. Resistente. Muy contagiosa.
Una vez que una idea se ha apoderado del cerebro es casi imposible erradicarla.
Una idea totalmente formada y entendida se queda ahí aferrada.»Dominic Cobb, en Origen (Christopher Nolan, 2010)
El segundo texto que recupero enlaza con el anterior, compartiendo el origen en la documentación del concurso-oposición para una plaza de profesor, y sirviendo de introducción al proyecto de investigación propuesto, un estudio de los proyectos para la sede de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Coruña y de los distintos referentes proyectuales que se perciben al analizar pormenorizadamente esas propuestas.
La Escuela Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña se creó en el año 1973. Cuatro décadas después, en su salón de grados, obtuve el título de doctor con la tesis «La recuperación de la modernidad en la arquitectura gallega», una investigación dirigida por José Ramón Alonso Pereira que daba continuidad a una línea de tesis doctorales destinada a explicar el desarrollo de la arquitectura moderna en Galicia a lo largo del siglo XX, iniciada por Fernando Agrasar Quiroga con la herencia del Movimiento Moderno en la Galicia de los años treinta y llevada después, por Miguel Abelleira Doldán, hasta los años de la autarquía.
Una de las conclusiones de mi investigación afirmaba que el año 1973 había supuesto la consolidación del proceso de recuperación de la modernidad en la región, ratificándose con dos hechos colectivos fundamentales: la creación del Colegio de Arquitectos de Galicia —que daba forma institucional a las ideas que se habían gestado en los años previos—, y la creación de la Escuela de Arquitectura en A Coruña, la cual permitió organizar y articular el debate arquitectónico mediante un proyecto académico transmisible hacia el futuro a través de sucesivas generaciones de profesores y alumnos.
La última parte de la tesis se dedicaba a analizar la concepción arquitectónica de la Escuela, desde su origen en las gestiones realizadas por la Fundación Pedro Barrié de la Maza hasta su materialización final, estudiando las sucesivas versiones propuestas por los arquitectos Juan Castañón Fariña, José María Laguna Martínez y Rodolfo Ucha Donate, así como la posible influencia del equipo asesor estadounidense contratado por la Fundación, conformado por John McLeod y Raymond Caravaty.
Aunque en la tesis esa evolución quedó como algo secundario, enseguida surgió la oportunidad de desarrollarlo —gracias de nuevo a José Ramón Alonso—, como un tema específico, a raíz de la comunicación que presentamos al X Seminario DoCoMoMo Brasil, organizado en Curitiba en octubre de 2013 bajo el título de Conexiones Brutalistas 1955-1975. Este trabajo permitió iniciar una investigación más exhaustiva sobre los autores, el proyecto y sus influencias, que se expuso en varias conferencias y congresos posteriores.
Durante esa puesta en común quedó patente el carácter didáctico del edificio y de sus referentes proyectuales, y las sugerencias recibidas me llevaron a plantear un proyecto de investigación que pudiera servir para explicar una parte de la arquitectura del siglo veinte usando la Escuela como punto de partida, a modo de homenaje cuando está cerca de cumplirse medio siglo desde su creación, y demostrando así que un edificio denostado por la comunidad académica —recuerdo que fue de las primeras cosas que varios profesores comentaban a los recién llegados al centro— también puede valer para aprender y enseñar arquitectura.
Primer contacto
«Pero ahora no estoy tan segura de creer en principios y finales. Hay días que definen nuestra historia más allá de nuestra vida, como el día en que ellos llegaron.»
Lejos de las librerías
Fuera del aula
En los últimos años participé en varios trabajos de investigación sobre el aula como espacio de aprendizaje. En ellos, analizábamos las múltiples relaciones entre las metodologías docentes y las estancias donde tenían lugar, reflexionando de manera colectiva sobre las distintas salas que usamos cotidianamente para dar clase y que ahora, de la noche a la mañana, hemos dejado de utilizar, de pensar y de sentir.
También reconocíamos el valor excepcional de lo que sucedía fuera del aula, de la capacidad de descubrir y despertar al aprendizaje al movernos al exterior, de los viajes inesperados y de las visitas guiadas, que tanto valoramos en nuestra formación y que, lamentablemente, este curso no llegamos a realizar.
Lo imprevisto se ha vuelto ahora nuestra obligada realidad cotidiana. Fuera del aula y dentro de casa he vuelto a pensar en la importancia de estar entre paredes: para aprender y para protegernos. Pero no es posible leer esas dos situaciones en continuidad inmediata. Varias personas ya lo han advertido estos días: no podemos actuar como si lo extraordinario fuera lo habitual, sin abrir ventanas hacia la dramática realidad inmediata, como si solamente vernos —a veces tan solo escucharnos o leernos— a través de un dispositivo electrónico pudiera reemplazar a la grandeza y utilidad de una clase en todas sus dimensiones y relaciones: formales, sociales y académicas.
Curiosamente, una de las últimas personas que pude conocer en una clase presencial antes del confinamiento fue al profesor Fernando Trujillo, de la Universidad de Granada. Entre las abundantes notas que tomé durante su seminario, me encontré con una remarcada: «Si la universidad no toma el control de su futuro, otros lo harán por ella». Lo insólito e imprevisto de la situación actual me ha llevado de nuevo a buscar esa sentencia, al recordar la inevitable «naturalidad» con la que hemos pasado a la teleformación universitaria.
Estos días he seguido leyendo atentamente las oportunas y precisas reflexiones de Fernando. Junto a ellas, ha habido otras voces que valoraron la implicación y el esfuerzo de docentes y alumnado, y nos recordaron las dificultades y las indeterminaciones que juntos intentaremos vencer. «Separados, pero no solos», como recordaba el New York Times el pasado 26 de marzo, en este nuevo modo de aprender fuera del aula.